Inicio de trayecto en la tartana de hojalata ...
Michel Houellebecq ha escrito en algún libro que ahora mismo no recuerdo que “toda gran pasión confluye en el infinito”
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Me irrita profundamente la luz automática
del detector de presencia del descansillo que me obliga a veces a encender la
lámpara de la mesita de noche. ¡Luces blanquecinas que neutralizan y manchan la
luz vital de un amanecer incipiente! Espléndida promesa de luz del amanecer que, por
tenue que sea a estas horas en las que casi aún no se ve, basta para animarme a
iniciar otro día. Son estos, precisamente, los momentos más preciosos del final
de la noche. Los primeros instantes tras el sueño. Me da pena tener que
escribir con una tableta digital. La luz de su pantalla es todavía más
implacable que la de las otras luces eléctricas. Traza toda una frontera entre
el placer de sentir en la cabeza las palabras fluyendo y la lentitud al intentar
transcribirlas según llegan. Me dejo envolver por esta luz del alba que
progresa y recuerdo cuando escribía, con estilográfica regalo de Rosa y de Marta,
sobre las páginas blancas de una vieja agenda de Franco Maria Ricci (FMR, deletreando
en francés éphémère !!!) dejando detrás una intensa huella azul de tinta que iba
llenando poco a poco la hoja como cuando mi padre llenaba de surcos una tierra en
barbecho. Otros muchos de mis recuerdos escritos son de la última hora, bien
entrada la noche. Con la luz ya agotada y esperando la nueva. Me proyecto al
pasado y me veo rodeado de silencio total, en alguna otra noche del cuarto de
Behobia, en la calle Darío de Regoyos, que daba a San Marcial. O en los trenes de rojas madrugadas de camino a
Vitoria. O en los largos crepúsculos de vuelta con la pequeña A. danzando en mi
cabeza. ¡Cómo me gustaba escribir justo en esos momentos de paréntesis del día!
Sacando a manos llenas, de lo oscuro, brotes de frases aun sin terminar. Casi
como las sensaciones íntimas de una clase de caligrafía de aquella vieja
escuela de la infancia … Y cada palabra escrita, surgida de la nada de la noche
o del algo aun sin forma del alba primeriza, levantando como un muro de signos imborrables,
elevando poco a poco un cuarto confortable de recuerdos, de formas rescatadas
de lo informe y los oscuro. Un leve movimiento con la mano para conectar dos
mundos, agrandando con signos l’extension du domaine de la lutte,
llevando un poco más lejos los bordes de la realidad efímera y fugaz, ya momentáneamente
rescatada. Suavemente, en silencio, como sólo sabe serlo la escritura. La
madrugada y el crepúsculo son a la vez un riesgo y muy fecundos. Propios para
el naufragio sin remedio o el vuelo salvador con la palabra. Hacia lo frágil, lo más frágil del recuerdo.
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