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jeudi 15 octobre 2015

vanitas automne



HARMONIE UNIVERSELLE BASÉE SUR LA DESTRUCTION 


Nana la putain meurt décomposée. 

La mouche d'or
et le fumier.  
Tel virus, dans son corps durable, et il se désagrège, pourrit et se corrompt. L'irréfutable ver a dilué le marbre. Peuple vague, invisible, innombrable population. Les atomes qui font le marbre et ceux qui le défont. Charogne aux millions d'helminthes. Tu retourneras en poussière, tu es poussière et tu es né de la poussière. Vieille épouvante revenue. La peste d'Athènes, division et putréfaction au soleil [...] Le mal court, sale et petit. Invisible, partout.

Michel Serres, La Distribution (Hermès IV)



le cheval mort apparaissait et disparaissait entre les roues des camions sautant sur les pavés, toujours là, à la même place que le matin mais, semblait-il, comme aplati, comme s’il avait peu à peu fondu au cours de la journée à la façon de ces personnages de neige qui au fur et à mesure du dégel semblent s’enfoncer insensiblement dans la terre, comme attaqués par leur base, se déformant lentement, de sorte que subsistent seules à la fin les masses les plus importantes et les supports – manches à balai, bâtons, - qui ont servi d’armature : ici, le ventre, maintenant énorme, gonflé, distendu, et les os, comme si le milieu du corps avait aspiré à son profit toute la substance de l’interminable carcasse, les os avec leur tête ronde semblables maintenant à des piquets plantés de traviole et soutenant tant bien que mal comme une tente la croûte de boue écaillée que lui servait d’enveloppe : mais plus de mouches maintenant, comme si elles-mêmes l’avaient abandonné, comme s’il n’y avait plus rien à en tirer, comme s’il était déjà (…) non plus viande boucanée et puante mais transmuée, assimilée par la terre profonde qui cache en elle sous sa chevelure d’herbe et de feuilles les ossements des défuntes Rossinantes et des défunts Bucéphales (et des défunts chevaliers, des défunts cochers de fiacre et des défunts Alexandres) retournés à l’état  de chaux friable ou de …
  Claude Simon, La Route des Flandres

Dos o tres días más pasé en el Puerto. Una mañana de mucho sol salí hacia la playa de Santa Catalina y me senté en la arena carda de una marisma y de unos montones de sal. A pocos pasos había un caballo muerto, ya seco. Parecía sonreír al sol con sus dientes grandes mientas se iba momificando. No daba su cadáver impresión de corrupción, sino de sequedad de un organismo que se iba convirtiendo en polvo. Quizá había sido un caballo magnífico y brioso. De él no quedaba casi nada. La soledad, el silencio, la esterilidad del alrededor me dio una impresión de quietud, de acabamiento y de muerte. La misma impresión retorna a mí con vaguedad al pensar en este Van Halen, enterrado en el Puerto de Santa María”.  
Madrid, febrero de 1933.  
Pío Baroja.




La tierra roja,  caliente, impregnada de aromas y esencias del pinar, destilados por el sol se sorbe un diluvio con ansia y al siguiente día vuelve a haber polvo. La sequedad, no obstante los manantiales que aprovechan los labradores de Serra para regar naranjos y hortalizas en los tablares escalonados hasta el fondo del barranco, es fuerte, generosa, excitante. Anochecido, un pino viejo nos cobija en la punta del jardín. Piñas nuevas, todavía verdes, henchidas de jugos, gotean resina. El pavo real, precavido en la rama de un árbol, lanza su grito de alarma, porque la noche llega y nadie sabe lo que puede pasar. Los bichos, en abundancia casi tropical, pululan, se persiguen, se destruyen. Sapos, cigarras, chicharras, cebolleros, abejorros, grillos, variedad de mariposas, el murciélago desvariante, escuadras de mosquitos, el ejército innumerable de lo que surca, se arrastra, salta y revolotea, pueblan la noche, la animan, agitan su misterio con fiebre vital. Un gusano en su puesto de observación entre las hierbas, nos enfoca el rayo blanco de su tripita. La salamanquesa inofensiva, jadea, despatarrada en la pared, al acecho de una mosca, ignorante de las prevenciones ominosas que el vulgo le echa encima. Cánticos nupciales y destrucción. Un alcotán ha destrozado a la oca. Los mastines han descuartizado unas gallinas. (Cuando los sueltan, los mastines se van a Serra, como si buscaran refugio en una embajada). EI murciélago se atasca de mosquitos. Los mosquitos nos chupan la sangre. No nos matan porque no pueden. Y así todos.

Armonía universal, basada en la destrucción. 

Pero los bichos no lo saben. ¡Digo yo, que no lo sabrán! Les falta el discurso, y no pueden levantar construcciones morales sobre los hechos puros de su instinto.
Manuel Azaña, Cuaderno de la Pobleta