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lundi 26 mars 2018

De iglesias y antigüedades grecorromanas...





Antes de las Edades del Hombre de este año, en Aguilar de Campoo, y antes de que se me vayan de la cabeza algunas cuestiones sobre el turismo de arte en general, incluyendo recuerdos muy recientes de turismo de jubilado en particular (pero "no decrépito", que escribía el Profesor Gustavo Bueno), se me ocurren algunas reflexiones. Para prepararme a lo que se presente ...
Me he cansado de recomendar una obra excelente de André Scolbetzine (L’art féodal et son enjeu social, Gallimard NRF, 1973) que empezaba con un piadoso y lapidario epígrafe: “El arte es una mano tendida al enemigo para transformarlo”. He vuelto a él hace unos días para ponerme a tono y “encajar” mejor en la cabeza los escenarios y objecta de esta exposición. Lo de la incansable “mano tendida” me parece, históricamente hablando, bastante ineficaz. Desde 1789 al pillaje sistemático de Irak o Siria, ahora mismo, pasando por la feroz iconoclastia de talibanes de todo pelaje, no necesariamente de filiación islámica, el arte ha salido considerablemente perjudicado por la doble presión del fanatismo religioso y la de las supuestas fuerzas del progreso y la cultura en sus infinitas variantes.
Sin entrar en muchos detalles, habría que empezar reconociendo que algún perfil importante de lo que conocemos por “turismo de arte” se ajusta a parámetros moldeados por el sistema educativo, los media y, muy especialmente, el consumo cultural. Sobre todo, en el perfil narcisista. Más exagerado a medida que nos remontamos a la antigüedad. Cuanto más antiguo, más descontextualizado y abierto a inclusión en exempla optimistas erosionados por alegorías muy del gusto de todo tipo de guías. El monumento en cuestión se proyecta en un espejo imaginario que acaba forzosamente reflejando el progreso, no necesariamente el momento en el que el objeto en cuestión debería observarse. Sin contar con la necesaria escenificación actual del mismo, que también tiene su importancia, el turista ya lleva preparada la emoción visual de casa. ¿Sabe algo, este turista, de las instituciones y el funcionamiento de la sociedad en las que se produjo el monumento que contempla?

En el caso de Grecia y Roma, el optimismo manipulador nadando en la demagogia, llega a resultar estomagante hasta en lo puramente nocional. En Atenas, desde el rumboso espectáculo luz y sonido del histriónico Malraux en 1959 a las últimas visitas de Obama o del Repelente-Niño-Vicente-Macron, se suceden los discursos sobre la cuna de la democracia y las raíces de Europa. El vocablo “democracia” asociado a Pericles basta para conjurar la sombra de la brutal política del imperio ateniense, parsimonioso con su estatus de ciudadanía, despectivo con el bárbaro, brutal con el aliado, belicoso con el resto de las ciudades. El decorado actual, generado por un discurso nacionalista producto de ideologías modernas, reconstruido/pensado por el Estado griego en 1840 para afirmar su identidad y su soberanía, se interpreta de forma atemporal en función de la fórmula simple y transparente Acrópolis = Atenas = democracia = progreso en la que Tucídides y la Acrópolis son expresiones de una lógica intemporal del arte y la política. La guía griega hispanófona de hace unos meses no salía de un pertinaz uso antihistórico de la “democracia griega” (sic). Una Grecia eterna en cuya capital, por el genio de Pericles, sigue estando el espejo en el que se mira Europa entera. Con catastróficas pinceladas de religión hasta Bizancio (la cláusula Filioque, ¡nada menos!, en dos minutos) que lo complican todo aún más con el binomio tolerancia/intolerancia. Aparte de errores y aproximaciones inevitables en horas y horas de perorata a un público prácticamente al raso en esos temas, no existía capacidad alguna de delimitar el uso de términos (“democracia”, “libertad”, “libertad de conciencia”) cuyo sentido histórico ha ido evolucionando con profundas diferencias entre los orígenes y las distintas fases sociales, muy alejadas entre sí, que han ido atravesando. Que no expresan en absoluto una “lógica eterna” sino las ideas propias de cada tiempo...

En Roma, ya se habían repetido a placer los tópicos. El estar cerrada por obras la Cárcel Mamertina (por definición, “infame”, como le hubiera gustado a Flaubert) nos ahorró mucho discurso sobre la prisión de Pedro y Pablo... ¡y de Vercingétorix! Con el Foro, tuvimos ya un aperitivo de lo que sería después lo de la Acrópolis. Mucho material procedente de Tito Livio. Asombro por doquier al afirmar que el panorama visual de ahora mismo, cuyos vestigios más importantes se remontan a la época imperial, le debe casi todo al fascismo más que a proyectos utópicos de tribunos de la plebe.  Pero no hay manera de escapar del pegamento con el que se junta los tribunos de la plebe y los supuestos radicales populistas de hoy mismo. Algún guía (dueño en exclusiva de la palabra) familiarizado con Cicerón podría efectivamente apuntar el papel fundamental de esos tribunos en la vida política y legislativa de la República. Es más fácil leer, modernizándola, la fábula de Menenio Agripa (descargable en PDF). Inútil apuntar, para nada, que el tribunado no era una función sino una magistratura (no del pueblo, sino de la plebe, que no es el pueblo) sin capacidad de oponerse al senado y que ostentaban muchos miembros de la potente nobleza (entre ellos, los famosos hermanos Gracos). Y nadie escapa a Espartaco, más conocido por la película de Kubrick de hace casi sesenta años que por algún tipo de sedimento histórico justificador de su aparición: revueltas de esclavos en el espacio mediterráneo provocadas por el apogeo de los “latifundia”, etc. Espartaco es uno de los líderes, por emplear un lenguaje actual, rebeldes que buscan la libertad sin tener por horizonte la supresión de la esclavitud, algo ideológicamente moderno.
Pregunta del millón: ¿no han visto ustedes La caída del Imperio romano? Síííí... ¡La de Sofía Loren! Pues así fue... Y los tíos enseñan unos mapas de Wikipedia. ¡El imperio romano! Más que un espacio físico pretendía abarcar una porción de la tierra habitada (ekúmene/οἰκουμένη) identificada con el área donde los hombres son capaces de administrarse libremente. Marco sociopolítico especialmente duro con los pobres o con las mujeres y cuyas élites no manifiestan sentimiento alguno de culpabilidad social. Siempre abiertos a descubrir algo más allá de la movilidad de los limes y celosos de sus libertades cívicas e individuales, humanistas y con vocación universal (hasta los godos llegan a convertirse en “fœderati” en la antigua república) pero a través de complejos procesos históricos ajenos a cualquier determinismo cronológico. Aquí están de más (¿dónde no?) los guiños al estúpido oxímoron de la memoria histórica: por más que la perspectiva (histórica) nos haga en algún modo herederos de determinados moldes de aquellas sociedades antiguas, las actuales no dejan de ser radicalmente distintas. Y el cine, los vestigios convertidos en decorado y los contenidos multimedia proporcionados por las múltiples variantes de la moderna fast teaching no pueden ir más allá del tópico o la pura falsificación bienintencionada...

 Iremos a Berlín antes de otoño. Me recomienda Daniel, mi cuñado, que consiga una guía de Berlín Este (?) anterior a la caída del Muro. Él pudo comparar visitando ambas partes hace una eternidad. En realidad, las buenas explicaciones se encuentran en el Baedeker anterior a la guerra, antes de que los bombardeos aliados sobre Coblenza y Leipzig pulverizaran la venerable institución editorial con todos sus fondos. Para el "ambiente del este" sobran las películas actuales (¡y no digamos clásicas desde el mismo año de la fosforización total del país, 1945!): La vida de los otros, Good bye Lenin, El Topo, El Puente de los espías ... Soy consciente de que no podremos "ver" el Berlín de Alfred Döblin o Elias Canetti ni ¡afortunadamente! la ciudad devastada por los buenos en 1945, pero siempre podremos hacernos acompañar por las magníficas imágenes del álbum de Godehard  Janzing y evocar algún guiño hiperculto al recientemente fallecido Philip Kerr, también asiduo al Baedeker, como J. Semprún, y padre del detective Bernie Gunther...