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vendredi 4 mars 2022

Autoinmolación de Sísifo sin piedra ...

 

La Historia encubre la guerra en Ucrania con sus estratos desiguales alineados por los años. Para las opiniones públicas convenientemente "informadas", sujetas a una simplista reducción histórica, Ucrania es un viejo estado soberano cuya integridad está amenazada por su vecino ruso, que ya le arrebató Crimea. Vladimir Putin, ex oficial del KGB, es un dictador criptocomunista que usa la fuerza y ​​​​busca anexionar territorios externos poblados por poblaciones de habla rusa. ¡Ya está! Es que la Historia se repite. Estamos de nuevo en 1938, V. Putin es Hitler y quiere incorporar los Sudetes a Alemania. ¡Otra vez Munich! ¡Putin no pasará! Sólo que, si nos tomamos la molestia de repasar la Historia, el pasado es muy diferente aunque vuelva a pesar con fuerza sobre el presente.

En 1991, de agosto a diciembre, las antiguas repúblicas soviéticas proclamaron su independencia. El 25 de diciembre, la URSS dejó de existir y dio paso a una Comunidad de Estados Independientes. Algunos, como los Estados bálticos, se unieron pronto a la Unión Europea y también a la OTAN. Ucrania permaneció cerca de Rusia para acabar muy lejos. Primero con la elección de Víctor Yuschenko, tras la “revolución naranja”, luego, cuando el movimiento “Euromaidán” derrocó al presidente prorruso Víctor Yanukovich. Por primera vez desde el siglo XVII, Rusia se vio privada de una parte del Imperio construido por los zares, consolidado o incluso ampliado por el régimen soviético. El presidente Bush (padre) le había asegurado a Gorbachov que la OTAN no se extendería hasta la frontera rusa. Promesa verbal incumplida. Hasta se niega su realidad. Debiendo hacer frente a una transición difícil y pésimamente gestionada por Yeltsin, Rusia se sometió sin remedio.



Putin llegó al poder a principios del nuevo milenio, y con él cambió el panorama. Creía en la historia de su país sin aceptar la pérdida de lo que la retórica gaullista llamaba la “grandeur”, sólo que, a diferencia de éste, contaba con los medios y el valor de mantenerla sin encargárselo a nadie. De Gaulle tuvo la inmensa suerte de que le ganarán la guerra los aliados.

Tres hechos parecen determinar el presente: primero, la URSS y, en ella, Rusia jugaron un papel decisivo, exageradamente caro en vidas humanas, en la victoria sobre el nazismo, y los nuevos “aliados” empezaron a arrebatarle a su caída no solo los logros de esta victoria final en todos los frentes sino incluso lo que los nazis habían arrebatado a la URSS en 1941-1944: la misma Ucrania. La presencia en ella, como en los países bálticos, de celosos colaboradores del nazismo de la época, y la arrogante nostalgia agresiva de la que llevan haciendo gala hasta hoy ciertos extremistas ucranianos, refuerzan este sentimiento de injusticia. En segundo lugar, si los bálticos tienen una identidad propia que se mantuvo durante la dominación soviética, los ucranianos son parientes cercanos de los rusos, sus antepasados, sus hermanos por cultura y religión. Finalmente, Ucrania, un país vasto y populoso, pasa en poco tiempo a convertirse en  “enemigo irreconciliable” por el juego de intereses de potencias autodesignadas dirigentes del mundo. Para los nacionalistas ucranianos – muy poderosos en Galizia, tardíamente rusa una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, después de haber sido polaca y luego austrohúngara –  y para la Iglesia católica fuertemente asentada, la historia ha siso una acumulación de ocupaciones y represiones soviéticas, sobre todo el Holodomor, el exterminio por hambre cometido por Stalin sobre los campesinos del llamado "granero" de Rusia. Para remate, la catástrofe de Chernóbil, imputable a la negligencia soviética. Con lo cual, el incendio, debidamente atizado por el imparable proceso de globalización angloamericana y “europea”, está servido.

USA y la UE quieren a toda costa descargar toda la responsabilidad en Putin. A sabiendas de que no es el principal ni el único responsable. Los europeos se arriesgarán a pagar, una vez más, un alto precio por tanta insensatez. No se ve lo que no se quiere ver. Las víctimas actuales también son objeto de complicados casting. Hay que elegir para redacciones y telediarios. Muchas otras, ostensiblemente, molestan: irakíes, sirias, yemeníes, palestinas … La selección tiene sus propias leyes. Desde la última semana de febrero todo parece indicar que Rusia ha dejado de existir en derecho internacional: ya no está, no es sujeto de derecho, es legalmente un cero a la izquierda, un cero sin remisión. Sólo los USA-UE pueden, cuando les place, crear ex nihilo sujetos nuevos, totalmente diferentes de lo conocido a través de la historia, e identificar lo que era la “nada”, lo inexistente, con lo que les apetezca a ellos. Véase “Kosovo”. O incluso pueden bautizar el invento como “Macedonia del Norte”. No pasa nada. La verdad es que el espectáculo de tales fanáticos del corta-y-pega geográfico, con sus palancas y tuercas legales, no sorprende a quien conozca un poco la Historia.

Europa ya ha vivido – ¡y sobrevivido! – a corta-pegadores de un calibre similar. Tema de meditación. Spinoza se relajaba de sus cavilaciones observando cómo las arañas y las moscas se aniquilaban entre sí. D. Manuel Azaña, en un pasaje dramático de los Cuadernos de la Pobleta se tornaba entomólogo, contemplando “la armonía universal basada en la destrucción”. D. Pío Baroja narraba, en El árbol de la ciencia, variadas (“todas”) formas humanas de explotación y de lucha basadas en la observación del mundo animal. En un tiempo, yo encontraba mucho interés en estos enfoques convergentes en un descarnado desengaño. Ahora me entristecen. Menos de lo que me indigna escuchar al peligroso fantoche Bernard Henri-Lévy llamando loco paranoico al presidente ruso y animando a la guerra. No es que los intelectuales de cámara domésticos pongan más bajo el listón de la vileza, es que tienen menos predicamento. Como en Libia les salió bien … Luego el eco se repite en cadena, acompañado de dudosos paralelismos históricos con Hitler, con Stalin, con el primero que cae a mano entre Landru y Gengis Khan. De ahí, en plan Serrano Suñer, “Rusia es culpable”. Toda ella. Visión del mundo propia del western con buenos, feos y malos que deja ver la calidad humana de los comentadores aumentando de día en día los decibelios de los ladridos en manada. Parecen hablar de Ucrania y están hablando de aquí. De sus crisis internas, de las ganas de tumbar al gobierno, que hará lo imposible por sobrevivir, para volver ellos, que harán lo imposible para que así sea, como sea. O, en el caso de la vecina Francia, girando en torno a la campaña electoral, ya casi inútil con la reelección del tecnócrata en ejercicio asegurada.


La demonización de Rusia santificando a Ucrania vale para todo. Quien proponga el mínimo esfuerzo de querer meter algún matiz que no sea en blanco y negro pasa automáticamente a los colmillos de la jauría. Ninguna televisión, nadie, rememora las terribles imágenes de la masacre de la Casa de los Sindicatos de Odesa, en mayo de 2014, con cacerías humanas dignas de la Matanza de Tejas. Los abusos, las persecuciones. Las pesadillas vividas en Libia, en Siria, en Yemen. La ignorancia de la historia inmediata es paralela a la de la historia reciente y no digamos de la remota. Aquí no hay “memoria histórica” que valga. Todo es infierno. Todo es condena. Sanción. Verborrea en exceso. Todo es “desmemoria”. El vacío se llena con propaganda belicosa y bélica. La toma de decisiones: unánime, los tecnócratas mandan. Y todo está inventado.

El Cociente Intelectual (CI) se distribuye de acuerdo con una curva de Gauss. La mayoría está en la línea media. Ni genios ni tontos de remate. Luego, el comportamiento social acerca extremos hacia el medio. El hecho de adherirse al consenso aporta a las personas, con estudios superiores o sin estudios, una relativa tranquilidad. El disenso se castiga también de varias maneras en ambos casos y es mucho más incómodo vivir con él. La capacidad de adaptarse a un cambio repentino de paradigma no está muy extendida. Seguir al grupo ya era una condición esencial para la supervivencia entre nuestros antepasados, sin duda ligada al instinto gregario. Esta característica antropológica se utiliza como medio de control sobre las masas y resulta muy eficaz. Esta mañana, en una conversación con unos vecinos (no franceses ni francófonos, como en otras ocasiones) sobre las noticias, me llamaba la atención que repetían, palabra por palabra, lo que escuchamos a diario en los canales franceses. Palabra por palabra. Como una misma película meramente doblada. ¿Derecho a la información, libre albedrío, capacidad analítica? Fascinante, nos hemos convertido en autómatas antropomorfos.

Por eso el gran enigma o ​​la interrogante principal, en política, sigue siendo la persuasión. Hay cantidad de obras teóricas al respecto. Cómo se obtiene el apoyo útil y, sobre todo, la obediencia de los semejantes. ¿Qué hace a un hombre capaz de mandar a los demás, de hacerles cumplir cosas que no hubieran hecho espontáneamente? ¿Qué puede llevar a otros a obedecer ciegamente? La razón por sí sola es insuficiente y la mera coacción tampoco es respuesta porque un hombre, por sí mismo, no tiene capacidad para coaccionar a multitudes. Nunca se manda solo por la fuerza, siempre se obtiene, de alguna manera, la cooperación voluntaria de aquellos que usan la fuerza en nuestro nombre. Una tiranía se circunscribe al número relativamente pequeño, pero bien organizado y decidido, que domina a una mayoría desorganizada. En una democracia, donde la capacidad de coerción debería ser normalmente muy limitada, el problema es particularmente agudo. Como observó Abraham Lincoln, “en comunidades políticas [como la nuestra], la opinión pública lo es todo. Con la opinión pública nada puede fallar; sin ella nada puede tener éxito. Por tanto, quien moldea la opinión pública actúa más profundamente que quien hace leyes o toma decisiones. Hace leyes y decisiones posibles o imposibles de ejecutar.” El mando a distancia de la opinión pública lo manejan los tecnócratas de la globalización. Para los tecnócratas puros, el pensamiento libre resulta escandaloso y casi incomprensible. La tecnocracia existe precisamente para eliminar el problema de la opinión, de la persuasión y el consentimiento de un gran número de individuos muy imperfectamente racionales. El gobierno de los hombres concretos debe remplazarse por la administración “eficaz” de las cosas. La capacidad de decisión debe reservarse para unos pocos que conocen los temas y que aplican unas complejas reglas – que se han dado previamente a sí mismos – por puro culto a liturgia de la regla previamente impuesta. La tecnocracia es una especie de kantismo administrativo. En este sentido, nuestros políticos tienen toda la razón al declararse "europeos", porque la Unión Europea es el prototipo más completo de esta gobernanza tecnocrática que logra eludir sistemáticamente la cuestión del consentimiento general. A una ley de todos que debería regir para todos. Un tecnócrata no necesita convencer a las multitudes, formadas por individuos muy diferentes en temperamento, habilidades y conocimientos. Las controla. No necesita ganarse la confianza de sus conciudadanos. Puede hacer girar la aguja hacia el entusiasmo o el desánimo. Según convenga. Tampoco le hace falta ser un orador. Es más, no puede como tecnócrata condescender con la oratoria porque eso podría obligarle a abandonar el terreno del “conocimiento”, que a él solo ya le atribuye quien le paga.  



La pregunta “¿en qué nos están metiendo?” deberíamos hacérnosla tanto los rusos de a pie, evidentemente, como también los ucranianos y nosotros, los demás europeos. ¿En qué estaban metiendo hasta ayer las decisiones de unos y otros a los ciudadanos de Donetsk y Luhansk? A las numerosas víctimas, ya lo sabemos: en los cementerios. Pero no salía en las noticias. Por eso nunca está de más intentar poner las cosas en su sitio y enumerar algunos elementos históricos que los medios de comunicación se cuidan de no recordar, en su afán de apoyar la generalizada histeria anti-rusa para deleite de nuestros “aliados” americanos. Ucrania fue objeto de un golpe de Estado en 2014 llevado a cabo de forma encubierta por Europa, a petición de Estados Unidos. Desde entonces ha habido una creciente injerencia de la UE y detrás de ella, de los inevitables Estados Unidos. En un tercer país que ni siquiera forma parte de la UE. Cuando se firma el Protocolo de Minsk, Donbass, región histórica fronteriza con Rusia, ya era escenario de violentos enfrentamientos entre población prorrusa y el ejército ucraniano. Con el acuerdo de paz debería haber llegado un alto el fuego inmediato. El acuerdo firmado el 12 de febrero de 2015 preveía la retirada de armas pesadas, la liberación y el canje de prisioneros y reformas constitucionales. Tal acuerdo nunca pasó a la práctica. Los ucranianos lo rechazaban porque implicaba reconocer la legitimidad y un estatus especial para los territorios separados tras referéndum. El conflicto en Ucrania contra los rusófonos del Este ha causado la muerte de más de quince mil personas desde 2014. Estados Unidos ha seguido extendiendo su zona de influencia militar hacia Europa del Este, en contradicción con estos mismos acuerdos de Minsk. Las bases de la OTAN tienden a rodear, cada vez desde más cerca, las fronteras occidentales de Rusia.

El presidente ruso siempre ha rechazado esta presión militar cercana a su territorio. Ucrania, desde el golpe de 2014, ha llevado a cabo acciones armadas permanentes sobre las poblaciones de habla rusa del Este. El actual presidente del gobierno ucraniano, de confesión judía, no ha puesto coto a las numerosísimas manifestaciones paramilitares neonazis, la más siniestra, el batallón Azov, miembro de la guardia nacional de Ucrania. Curiosamente, eso no parece escandalizar a nuestros líderes e influencers, por lo general siempre se apresuran a ver nazis y fascistas en todas partes, sobre todo donde no los hay. La beligerancia televisiva ahora mismo está principalmente enfocada al “comunismo”, al estalinismo, al holodomor. Es la explicación comodín. El relleno mediático a base de confusión y mezcolanza.

En 1991, el segundo totalitarismo del siglo XX se derrumbó en la URSS. Ganó el Bien. Se acabó la Historia. Decían. La democracia universal se puso en marcha… Por cierto su victoria dizque planetaria, no se debió a su capacidad de seducción sino a la implacabilidad de los islamistas afganos y a la resistencia de la muy católica Polonia. La URSS salta por los aires mientras la mayoría de la población todavía se consideraba soviética, hablando mayoritariamente ruso. Grandes minorías de habla rusa tampoco desaparecen de la noche a la mañana, siguen poblando la mayoría de las nuevas repúblicas. El fin del comunismo y el estallido de la liberalización precipitaron al conjunto en la depresión y el caos. Tiranos locales herederos del sistema, mafias y oligarcas voraces fueron apoderándose progresivamente de un aparentemente inagotable botín incontrolado. Diez años después, el actual presidente, el hoy innombrable Putin, consigue dar un vuelco espectacular a Rusia. Es un patriota ruso. Los mastines locales de la jauría proamericana se empeñan en tildarle de comunista (¿no fue agente del KGB?), algo que no hacen los propios comunistas rusos actuales, para poner en dificultades a gobiernos y partidos de todo el mundo que siguen siéndolo. Viene bien y punto.  No importa que su acción política sea la de un conservador que sólo pide respeto para su país al imperio por antonomasia con el que estuvo desde el principio dispuesto a congeniar. La política exterior de su primer mandato era pura continuidad de la política de Yeltsin. Llegó más lejos: propuso a la UE la creación de un mercado económico único y a los Estados Unidos la entrada de Rusia en la OTAN. Ambas ofertas fueron rechazadas no siempre de buena manera. Y eran razonables: primero, Europa y Rusia son complementarias, la OTAN ya no tiene como enemigo a la URSS sino a otros que van apareciendo, como son las distintas expresiones extremistas del islamismo. Es más, V. Putin apoyó al presidente Bush después del 11 de septiembre.

O sea que la situación actual no se deriva del delirio de un nuevo zar, de alguien que se ha vuelto loco, sino de la decepción con las respuestas estadounidenses y “aliadas” y luego, de una lúcida comprensión de las verdaderas pretensiones de los Estados Unidos. La desintegración de Yugoslavia se produjo esencialmente en detrimento de los serbios cercanos a los rusos. Más tarde, el aplastamiento de Irak, un antiguo aliado, contra Irán. Luego, la tremenda dislocación de Libia. Sin olvidarnos del intento “humanitario” de derrocar al régimen baasista de Siria, aliado de Moscú y con bases rusas. Está pues más que claro que, Washington, y especialmente los demócratas en Washington, no le desean precisamente lo mejor a Rusia. Sigue siendo demasiado poderosa y una posible alianza con Europa convertiría el conjunto resultante en un formidable rival. La política esbozada por Zbigniew Brzeziński (El gran tablero mundial: La supremacía estadounidense y sus imperativos geostratégicos. Estado y Sociedad; El dilema de EE.UU. Dominación global o liderazgo global) fue precipitar la división de Rusia, impedir la independencia de Europa y mantener el poder estadounidense en Eurasia. Los acontecimientos actuales se sitúan en pleno desarrollo de esa estrategia. El progresivo avance de la OTAN hacia el Este, el apoyo a los musulmanes suníes y, en particular, a Turquía, también miembro de la OTAN, son perfectamente coherentes. Turquía apoyó a los musulmanes bosnios frente a los serbios, sigue ocupando una porción de Siria cuyo reducto islamista de Idlib protegió cuanto pudo y apoyó el ataque de Azerbaiyán contra Armenia, que se mantuvo fiel a Moscú. Finalmente, el abandono de Afganistán a manos de los talibanes, en el límite de las repúblicas musulmanas de la antigua URSS, traza un cerco en torno a Rusia del que también dejan constancia las “revoluciones” suscitadas en los países próximos a ella. En resumen, detrás de la aparente “locura”, hay en ambos bloques una intención racional dominante, y expresamente declarada, que es dominar el mundo, por parte de uno, y sobrevivir por parte de otro.

Sobrevivir incluye, para éste último, evitar como sea que en una antigua provincia suya, al alcance de Moscú, se instalen armas nucleares.

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