La
gestión de la pandemia ha permitido poner de manifiesto, a plena luz del día,
las inclinaciones particularmente dictatoriales de determinados políticos, al
tiempo que señalaba el alcance de la autocensura en los medios. En pocos meses
pudimos comprobar que nada parecía más fuerte que el deseo de amoldarse
rápidamente al pensamiento dominante, harto asfixiante, con y sin mascarilla.
La estruendosa llegada de la tempestad bélica ucraniana ha hecho desaparecer
como por arte de magia cualquier referencia a las variantes de una pandemia que
desde hace semanas ya no cumplía los criterios necesarios para cautivar o meter
en cintura a la multitud. No faltaban tempestades fácilmente situables en el
globo pero ya resultaban cansinas: del campo de concentración a cielo abierto
de Gaza a las viejas ciudades yemeníes, el parque temático del terror ya estaba
en marcha, pero sin ruido. Igual que
bajo la pandemia salió a relucir el lado tenebroso de ciertas almas en platós
de televisión y redacciones varias, con la crisis actual, ya guerra abierta, el
lado oscuro escribe un nuevo capítulo del naufragio político, intelectual y
moral de nuestras “élites”. Es realmente espantoso que nuestros políticos sean
incapaces de ir más allá de su interés particular y de su “imagen”. En el tema
de la energía, que debería ser el centro de gravedad de la reflexión económica
de cualquier país con el más mínimo grado de buena gobernanza, sólo parece
despertar interés el riesgo que suponen las maniobras de Putin para el
suministro de gas a Europa. Las espantosas reflexiones de ciertos líderes
políticos, sobre todo ecologistas, pero no sólo, al descubrir que sus opciones
en favor del gas mágico (excelente fuente de negocio) excluyendo la “maldita”
energía nuclear, llevan a la ruina total, dan una idea de su nivel o, mejor dicho, de su falta de nivel.
Al parecer, estamos descubriendo que la energía es un asunto serio y que los
traspiés en esta materia tienen graves consecuencias que pueden llegar a ponernos
en posiciones de difícil salida. Y para rato. Igualmente, aunque parece obvio
pues tenemos a mano la Historia para confirmarlo, la acumulación de deuda y la
inflación han provocado sistemáticamente miseria y guerras, civiles o no.
Actualmente, la inflación generalizada en todo el mundo occidental, bajo el
peso de deudas colosales, debería suscitar más de una reflexión sobre el futuro
que nos espera. Y tenemos unos “dirigentes” más bien impermeables a semejantes
asuntos. Uno se pregunta cómo aquellos que, en los dos últimos años, han jugado
sin empacho a la carta del miedo al virus ahora pueden pedir credibilidad para
sus grandilocuentes discursos basados en sanciones a diestro y siniestro. Por
no añadir nada al floreciente negocio del armamento. Proporcionar “armas
letales” y de todo tipo no parece ser la mejor manera de defender a la viuda y
al huérfano en un país extranjero. Europa, ya no está dividida y habla con una
sola voz: la histeria anti-rusa más que
anti-presidente ruso. No hay nada nuevo: la distorsión de las palabras, de los
contextos (el Hodolomor, la 14 División SS Galizien: todo vale), el relativismo
establecido como única forma autorizada de pensar, el rechazo a las culturas,
tradiciones y costumbres seculares, consideradas como anticuadas o incluso
bárbaras, todo ello contribuye a este naufragio intelectual del que ya no
saldremos fácilmente. Naufragio político e intelectual coadyuvante de un
naufragio moral que ya llevaba anunciándose hace tiempo. De la humillación a
Grecia a la ultimísima crisis “nuestra” con Marruecos, no se ve muy bien qué
brazo y con qué fuerza levantará ahora el escudo para defender a Ucrania. No
pasa un día sin enterarnos de casos nuevos, casi en cada país, de sórdidos
asuntos de corrupción galopante acumulándose unos sobre otros invitando a los
dirigentes a llevar su ímpetu hacia horizontes más lejanos que el inmediato, el
que tenemos delante. Nos dicen qué y cómo pensar, incluso los cogidos in
fraganti se arrogan el papel de jueces, sin que algún medio importante se
conmueva. Salvo muy escasas excepciones, que exigen tiempo, reflexión, debate,
los media desgraciadamente han caído tan bajo que ya no hay remedio. Los
antiguos faros de la ciencia, los pensadores respetados y respetables se han
retirado del mundo ruidoso en el que vivimos. Nadie les hace caso ni se recurre
a ellos. Han dejado paso a dirigentes que no sólo no se caracterizan por su
solvencia, refinamiento o madurez intelectual sino por su arrogancia vacía de
gilipollas. Cómico si tanta gente no tuviera que sufrir las consecuencias de
sus lamentables actos. Ya no hay escena política sino solo clanes de parásitos
en lucha, sin valores y sin inteligencia. Estamos jodidos.
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