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jeudi 17 octobre 2019

Parábola de los (turistas) ciegos (fin de viaje)

La Historia pertenece al pasado. Oculta, olvidada, exaltada… En el mejor de los casos, formulada racionalmente según materiales existentes de muy diverso tipo (documentos, edificios, filmes, tradiciones, etc.). Inventada por los caprichos cambiantes de los dueños de la memoria colectiva para convertirla en ficción. Para incorporarla a una práctica discursiva capaz de producir mitos de adhesión masiva. Vendida al turismo como patrimonio, entendido no como legado familiar sino como testimonio del pasado anclado en una geografía concreta que puede visitarse debidamente guiado. Historia y territorio parecen coincidir correctamente vestidos de relato (nacional) coherente ante las masivas visitas predispuestas a la admiración. El turista no quiere problemas de concordancia. Ya ha asimilado desde hace generaciones la píldora vegetal suministrada desde la escuela con la metáfora de las raíces. Conectando a los turcos actuales con raíces hititas o mongolas pasa más fácilmente el período bizantino como paréntesis. La imagen vegetal universalmente utilizada facilita la digestión de casi once siglos gracias a un signo ortográfico doble… 

Otra manera de evitar problemas es cambiar de planta, darle la vuelta y ver otro tipo de raíces más recientes, esta vez islámicas. Y de nuevo el pasado bizantino de Anatolia se diluye en la bruma más espesa que suele ocultar a los vencidos. La gloria otomana pasada por el cedazo republicano kemalista puede presentarse en sociedad sin traumatismo aparente. A poco que se pasee la vista aparecen por doquier monumentos incontables no musulmanes o no turcos. Eso sin sobrevalorar la frecuente conversión iglesia/mezquita, un camuflaje patrimonial no exclusivo de Turquía. En la España cristiana era al contrario, mezquita/iglesia. El problema aquí no es de mera reconversión en la atribución del espacio cultual. Aquí es de dimensiones inabarcables. La riqueza y profusión de monumentos es tal que la reconversión o el ocultamiento/camuflaje resultan claramente insuficientes. La solución ha solido ser el olvido. Igualmente difícil de asimilar, pues las huellas visibles del pasado romano o bizantino no parecen las propias de sociedades decadentes o inferiores superadas por la grandeza otomana. Con la disolución y partición del imperio otomano se va a producir un cambio de perspectiva de proporciones considerables. Si antes del cataclismo del armisticio (Mudros), ya compartía el imperio destino con Grecia (¡esa “compra” de Lord Elgin de los frisos del Partenón!), en el interés (!) por su patrimonio sin otra base que la depredación (¡ese espectacular “acuerdo” por el que hay que ir a Berlín a ver el altar de Pérgamo!) la exitosa universalización actual del patrimonio turco – con la firma y ratificación de todos los convenios respecto al patrimonio cultural global – parte de la creciente atención transnacional e internacional por la historia y el patrimonio de las minorías (judíos, griegos, armenios, siriacos…) que favorece, de paso, una progresiva turistificación. Así se da la paradoja de que lo local puede responder a expectativas globales de un turismo transnacional tanto o más que lo imperial, que se creía de interés exclusivo, dominante. 

La espiral que se generó por el potencial turístico de la antigüedad clásica (Pérgamo, Éfeso, Hiérapolis), ha continuado con capitales imperiales turco-otomanas como Bursa, Edirne y la inmensa Estambul y ha acabado desde hace poco más de medio siglo evolucionando en torno a la atracción creciente por el patrimonio cristiano bizantino. Museos a cielo abierto, ciudades subterráneas, iglesias rupestres y un medio geográfico extremadamente original (“onírico” según nuestra agencia de viajes) han proporcionado a las autoridades turcas una baza para jugar interminablemente con la curiosidad del turista. Naturaleza insólita y tradición troglodita y rupestre dan un toque de exotismo romántico que se ve sistemáticamente desmentido por la visita de los interiores: nada de primitivismo (¿qué connotaciones hay en “troglodita”?) al gusto del XIX, sino extremados refinamiento y delicadeza. Y los protagonistas, armenios, griegos, asirios, desaparecidos por el manejo del cubilete de la Historia, flotan ausentes como corresponde a los vencidos.  
En las oleadas de turistas prevalece la impresión de que todo se paró con la caída de Constantinopla. La restauración del patrimonio remoto borra cuidadosamente la desaparición del patrimonio étnico y monumental de anteayer. Hay más razones económicas gracias al peso creciente del turismo internacional en busca de originalidad truculenta (ermitaños místicos, creencias primitivas, poblaciones trogloditas… ¡qué de sueños!) que verdadera voluntad de asimilar un pasado recientísimo de difícil digestión. El grifo abierto para ingresar divisas empapa con leyendas de tolerancia y coexistencia propaladas por guías y folletos el relato histórico nacional turco que sigue basándose en su pertenencia al islam… Se da la paradoja de que la velocidad imprimida al proceso de explotación turística de la Capadocia bizantina ha llegado a ahogar al genuino patrimonio otomano, cristiano o no, fruto de mezcla de influencias interculturales hasta los años veinte (Tratado de Lausana). Mezquitas, iglesias, fuentes, palacios, fortalezas … Poblaciones turcófonas con presencia de helenófonos, musulmanes y cristianos ortodoxos, judíos, familias cohabitando bajo formas arquitectónicas originales y variadas. Entre el armisticio de Mudros y la guerra greco-turca todo salta por los aires. Los desplazamientos y migraciones forzadas de población fueron devastadores. 

Los turistas de 2019 visitan otros decorados. Hemos estado alojados en Uchisar, pueblo musulmán antes de 1923 que no conoció cambios de población, donde el capital francés abrió en 1969 el primer Club Méditerranée que ahora se llama Kaya Hotel. Aquí nos ofreció la agencia Cultur Viajes, de la Fundación Santa María la Real, la fórmula ideal Estambul & Capadocia = “hogar de las hadas” (“ciudades subterráneas, parajes volcánicos, peculiares formaciones geológicas, y - cómo no - sus conventos e iglesias rupestres, plagadas de decoración bizantina) para la amplia gama de turistas, cercana de la de viajeros incluidos por Laurence Sterne en su repertorio (ociosos, curiosos, mentirosos, orgullosos, vanidosos, que se aburren, que viajan por necesidad…). ¿Somos turistas o viajeros? Maria Claudia Brucculeri ayudará un poco a quien quiera adentrarse en los senderos de la semiótica del turismo
El encanto geográfico de los itinerarios sumado a la visualización de monumentos anteriores a la desaparición del imperio bizantino, totalmente museizado, confortan en el turista actual la idea de historia detenida en los monumentales vestigios del pasado, historia anterior a la conquista turca, supuestamente sin continuidad hasta hoy. Muy problemático, pues, el cuestionamiento sobre el intercambio forzoso de poblaciones griegas y turcas o la desaparición de los armenios. Como si desde 1923 hubiera una mano tendida al pasado remoto como filón turístico y otra mano armada para neutralizar los efectos traumáticos del pasado cronológicamente inmediato (hay aun supervivientes) en la sociedad turca de ahora mismo. Y, de paso, en la griega y en los Balcanes.   





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