
Soñar con Estambul en pocas horas...
Salto a Turquía. Visita a Estambul con la "fuente de paz" hirviendo. Luego a la Capadocia. Nombrar
siquiera a Constantinopla, a Bizancio es casi una exageración. ¡Qué
conversaciones me hubiera gustado tener con José Mari Egea, mi colega en dos
hemisferios profesionales (instituto de Irún en los 80, Facultad de Letras de
Gasteiz a finales de los 90)! Él que sabía todo sobre el tema… Bizancio se
escapó de nuestro repertorio occidental de elementos simbólicos y conceptuales y
la máquina de difusión (de niebla) por excelencia, el cine, no frecuenta
demasiado el tema. Ausencia que también afecta en Europa a la visión actual de
Grecia o de Chipre, o de los Balcanes en general. Mil años de historia y de
cultura bizantinas, fundamentales a la hora de entender el Renacimiento en
Occidente apenas pesan en manuales escolares, series televisivas, música o
literatura, mientras que el pasado arabo-musulmán encuentra una valoración,
cuando no sobrevaloración, fundada en mitos de escaso fuste histórico
acomodados a oportunismos políticos del presente inmediato o a profesionales
del turismo más que a realidad alguna. Para Petrarca y otras figuras relevantes
responsables de la configuración de la imagen de Bizancio en Europa occidental,
los cismáticos griegos eran ya enemigos más temibles que los turcos. Dejando
de lado el interminable acoso de los normandos de Italia del sur y de Sicilia,
las políticas de Génova o Venecia provocadoras de un progresivo debilitamiento
frente a la amenaza turca. Además de los propios errores políticos, cuando el Basileos rompe el
vínculo protector con su pueblo más humilde, del que es protector nato, y
concede tierras y privilegios fiscales a monasterios y nobles o se encadena con
préstamos de las boyantes ciudades comerciales italianas que le minan las
finanzas, socaban el patriotismo y arruinan los ingresos imperiales.
Las tentativas de reunificación
de las iglesias oriental y occidental no dieron fruto por exigencias
inaceptables del papado. Hace casi veinte años (2001), un Papa
reconocía finalmente la catástrofe que supuso el saqueo de Constantinopla
por los occidentales a primeros del siglo XIII. Cuando ésta cae en 1453 no
provocará más que indiferencia. A pesar de que el éxodo hacia Occidente de
intelectuales bizantinos con sus ricas bibliotecas a medida del avance turco jugará
un papel esencial en el Renacimiento por la transmisión de la lengua griega a
los primeros humanistas y las posibilidades de acceso a textos de la antigüedad
en su lengua original. La mala imagen occidental de Bizancio, expulsada de la
memoria colectiva europea, explica en parte la diferencia de trato dispensado a
los regímenes croata y serbio en la última guerra de secesión yugoslava. O a
Bulgaria y a Rumanía en el proceso de incorporación a la Unión Europea. Por no
hablar de la brutalidad, bordeando el racismo, en el proceso de humillación y
sometimiento de Grecia, tutelada desde hace casi diez años y sistemáticamente
sometida a los más degradantes estereotipos de la cultura occidental
(indolentes, vagos, incapaces de gestionar un presupuesto). Ciclos históricos
que si no se repiten se parecen. Exenciones fiscales a poderosos, sobrecarga
fiscal sobre clases medias, debilitamiento del vínculo de confianza en el
Estado que se supone debería proteger y tutelar, pérdida de soberanía económica
y dependencia de organismos supranacionales. Grecia, reconstrucción simbólica
en la epidermis democrática de la Unión, pesa menos que una reconstrucción
ideológica del Imperio carolingio realizada por un cerrado clan católico-protestante
– con muy poderosas aportaciones angloamericanas – que mira, cuando lo hace,
con condescendencia mezclada de desprecio a los europeos del sur y muy particularmente a los de sureste de
tradición ortodoxa. ¡Cuánto nos falta para ser europeos de verdad!
Es decir,
alemanes.
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