
La Historia pertenece al pasado.
Oculta, olvidada, exaltada… En el mejor de los casos, formulada racionalmente
según materiales existentes de muy diverso tipo (documentos, edificios, filmes,
tradiciones, etc.). Inventada por los caprichos cambiantes de los dueños de la
memoria colectiva para convertirla en ficción. Para incorporarla a una práctica
discursiva capaz de producir mitos de adhesión masiva. Vendida al turismo
como patrimonio, entendido no como legado familiar sino como testimonio del
pasado anclado en una geografía concreta que puede visitarse debidamente
guiado. Historia y territorio parecen coincidir correctamente vestidos de
relato (nacional) coherente ante las masivas visitas predispuestas a la
admiración. El turista no quiere problemas de concordancia. Ya ha asimilado
desde hace generaciones la píldora vegetal suministrada desde la escuela con la
metáfora de las raíces. Conectando a los turcos actuales con raíces
hititas o mongolas pasa más fácilmente el período bizantino como paréntesis.
La imagen vegetal universalmente utilizada facilita la digestión de casi once
siglos gracias a un signo ortográfico doble…

Otra manera de evitar problemas es
cambiar de planta, darle la vuelta y ver otro tipo de
raíces más recientes,
esta vez islámicas. Y de nuevo el pasado bizantino de Anatolia se diluye en la bruma
más espesa que suele ocultar a los vencidos. La gloria otomana pasada por el
cedazo republicano kemalista puede presentarse en sociedad sin traumatismo
aparente. A poco que se pasee la vista aparecen por doquier monumentos incontables
no musulmanes o no turcos. Eso sin sobrevalorar la frecuente conversión
iglesia/mezquita, un camuflaje patrimonial no exclusivo de Turquía. En la
España cristiana era al contrario, mezquita/iglesia. El problema aquí no es de
mera reconversión en la atribución del espacio cultual. Aquí es de dimensiones
inabarcables. La riqueza y profusión de monumentos es tal que la reconversión o
el ocultamiento/camuflaje resultan claramente insuficientes. La solución ha
solido ser el olvido. Igualmente difícil de asimilar, pues las huellas visibles
del pasado romano o bizantino no parecen las propias de sociedades decadentes o
inferiores
superadas por la grandeza otomana. Con la disolución y
partición del imperio otomano se va a producir un cambio de perspectiva de
proporciones considerables. Si antes del cataclismo del armisticio (Mudros), ya
compartía el imperio destino con Grecia (¡esa “
compra” de Lord Elgin de
los frisos del Partenón!), en el interés (!) por su patrimonio sin otra base que
la depredación (¡ese espectacular “
acuerdo” por el que hay que ir a
Berlín a ver el altar de Pérgamo!) la exitosa universalización actual del patrimonio
turco – con la firma y ratificación de
todos
los convenios respecto al patrimonio cultural global – parte de la creciente atención transnacional e internacional por la historia y el
patrimonio de las minorías (judíos, griegos, armenios, siriacos…) que favorece, de paso, una progresiva
turistificación. Así se da la paradoja
de que lo local puede responder a expectativas globales de un turismo
transnacional tanto o más que lo imperial, que se creía de interés exclusivo, dominante.

La espiral que se generó por el potencial turístico de la antigüedad clásica
(Pérgamo, Éfeso, Hiérapolis), ha continuado con capitales imperiales
turco-otomanas como Bursa, Edirne y la inmensa Estambul y ha acabado desde hace
poco más de medio siglo evolucionando en torno a la atracción creciente por el
patrimonio cristiano bizantino. Museos a cielo abierto, ciudades subterráneas,
iglesias rupestres y un medio geográfico extremadamente original (“onírico”
según nuestra agencia de viajes) han proporcionado a las autoridades turcas una
baza para jugar interminablemente con la curiosidad del turista. Naturaleza
insólita y tradición troglodita y rupestre dan un toque de exotismo romántico que
se ve sistemáticamente desmentido por la visita de los interiores: nada de primitivismo
(¿qué connotaciones hay en “troglodita”?) al gusto del XIX, sino extremados
refinamiento y delicadeza. Y los protagonistas, armenios, griegos, asirios, desaparecidos
por el manejo del cubilete de la Historia, flotan ausentes como corresponde a
los vencidos.

En las oleadas de turistas prevalece la impresión de que todo se
paró con la caída de Constantinopla. La restauración del patrimonio remoto
borra cuidadosamente la desaparición del patrimonio étnico y monumental de
anteayer. Hay más razones económicas gracias al peso creciente del turismo
internacional en busca de originalidad truculenta (ermitaños místicos,
creencias primitivas, poblaciones trogloditas… ¡qué de sueños!) que verdadera
voluntad de asimilar un pasado recientísimo de difícil digestión. El grifo
abierto para ingresar divisas empapa con leyendas de tolerancia y coexistencia propaladas
por guías y folletos el relato histórico nacional turco que sigue basándose en
su pertenencia al islam… Se da la paradoja de que la velocidad imprimida al
proceso de explotación turística de la Capadocia bizantina ha llegado a ahogar al
genuino patrimonio otomano, cristiano o no, fruto de mezcla de influencias interculturales
hasta los años veinte (Tratado de Lausana). Mezquitas, iglesias, fuentes,
palacios, fortalezas … Poblaciones turcófonas con presencia de helenófonos,
musulmanes y cristianos ortodoxos, judíos, familias cohabitando bajo formas
arquitectónicas originales y variadas. Entre el armisticio de Mudros y la guerra
greco-turca todo salta por los aires. Los desplazamientos y migraciones forzadas
de población fueron devastadores.

Los turistas de 2019 visitan otros decorados.
Hemos estado alojados en Uchisar, pueblo musulmán antes de 1923 que no conoció cambios
de población, donde el capital francés abrió en 1969 el primer Club
Méditerranée que ahora se llama
Kaya
Hotel. Aquí nos ofreció la agencia
Cultur
Viajes, de la
Fundación Santa
María la Real, la fórmula ideal Estambul & Capadocia = “hogar de las
hadas” (
“ciudades subterráneas, parajes volcánicos,
peculiares formaciones geológicas, y - cómo no - sus conventos e iglesias
rupestres, plagadas de decoración bizantina”) para la amplia
gama de
turistas, cercana de la de
viajeros incluidos por
Laurence Sterne en su repertorio (ociosos, curiosos, mentirosos, orgullosos,
vanidosos, que se aburren, que viajan por necesidad…). ¿Somos turistas o
viajeros? Maria Claudia Brucculeri ayudará un poco a quien quiera adentrarse en
los senderos de la
semiótica
del turismo.

El encanto geográfico de los itinerarios sumado a la
visualización de monumentos anteriores a la desaparición del imperio bizantino,
totalmente museizado, confortan en el turista actual la idea de historia
detenida en los monumentales vestigios del pasado, historia anterior a la
conquista turca, supuestamente sin continuidad hasta hoy. Muy problemático, pues, el
cuestionamiento sobre el intercambio forzoso de poblaciones griegas y turcas o
la desaparición de los armenios. Como si desde 1923 hubiera una mano tendida al
pasado remoto como filón turístico y otra mano armada para neutralizar los
efectos traumáticos del pasado cronológicamente inmediato (hay aun supervivientes)
en la sociedad turca de ahora mismo. Y, de paso, en la griega y en los Balcanes.