HARMONIE UNIVERSELLE BASÉE SUR LA DESTRUCTION
Nana la putain meurt décomposée.
La mouche d'or
et
le fumier.
Tel virus, dans son corps durable, et il se désagrège, pourrit et se
corrompt. L'irréfutable ver a dilué le marbre. Peuple vague, invisible, innombrable
population. Les atomes qui font le marbre et ceux qui le défont. Charogne aux
millions d'helminthes. Tu retourneras en poussière, tu es poussière et tu es né
de la poussière. Vieille épouvante revenue. La peste d'Athènes, division et
putréfaction au soleil [...] Le mal court, sale et petit. Invisible, partout.
Michel Serres, La Distribution (Hermès IV)
le cheval mort
apparaissait et disparaissait entre les roues des camions sautant sur les
pavés, toujours là, à la même place que le matin mais, semblait-il, comme
aplati, comme s’il avait peu à peu fondu au cours de la journée à la façon de
ces personnages de neige qui au fur et à mesure du dégel semblent s’enfoncer
insensiblement dans la terre, comme attaqués par leur base, se déformant
lentement, de sorte que subsistent seules à la fin les masses les plus
importantes et les supports – manches à balai, bâtons, - qui ont servi
d’armature : ici, le ventre, maintenant énorme, gonflé, distendu, et les
os, comme si le milieu du corps avait aspiré à son profit toute la substance de
l’interminable carcasse, les os avec leur tête ronde semblables maintenant à
des piquets plantés de traviole et soutenant tant bien que mal comme une tente
la croûte de boue écaillée que lui servait d’enveloppe : mais plus de
mouches maintenant, comme si elles-mêmes l’avaient abandonné, comme s’il n’y
avait plus rien à en tirer, comme s’il était déjà (…) non plus viande boucanée
et puante mais transmuée, assimilée par la terre profonde qui cache en elle
sous sa chevelure d’herbe et de feuilles les ossements des défuntes Rossinantes
et des défunts Bucéphales (et des défunts chevaliers, des défunts cochers de
fiacre et des défunts Alexandres) retournés à l’état de chaux friable ou de …
Claude Simon, La Route des Flandres
Dos o tres días más pasé en el Puerto. Una mañana de mucho sol
salí hacia la playa de Santa Catalina y me senté en la arena carda de una
marisma y de unos montones de sal. A pocos pasos había un caballo muerto, ya
seco. Parecía sonreír al sol con sus dientes grandes mientas se iba momificando.
No daba su cadáver impresión de corrupción, sino de sequedad de un organismo
que se iba convirtiendo en polvo. Quizá había sido un caballo magnífico y
brioso. De él no quedaba casi nada. La soledad, el silencio, la esterilidad del
alrededor me dio una impresión de quietud, de acabamiento y de muerte. La misma
impresión retorna a mí con vaguedad al pensar en este Van Halen, enterrado en
el Puerto de Santa María”.
Madrid, febrero de 1933.
Pío Baroja.
La tierra roja, caliente, impregnada de aromas y esencias del pinar, destilados por el sol se sorbe un diluvio con ansia y al siguiente día vuelve a haber polvo. La sequedad, no obstante los manantiales que aprovechan los labradores de Serra para regar naranjos y hortalizas en los tablares escalonados hasta el fondo del barranco, es fuerte, generosa, excitante. Anochecido, un pino viejo nos cobija en la punta del jardín. Piñas nuevas, todavía verdes, henchidas de jugos, gotean resina. El pavo real, precavido en la rama de un árbol, lanza su grito de alarma, porque la noche llega y nadie sabe lo que puede pasar. Los bichos, en abundancia casi tropical, pululan, se persiguen, se destruyen. Sapos, cigarras, chicharras, cebolleros, abejorros, grillos, variedad de mariposas, el murciélago desvariante, escuadras de mosquitos, el ejército innumerable de lo que surca, se arrastra, salta y revolotea, pueblan la noche, la animan, agitan su misterio con fiebre vital. Un gusano en su puesto de observación entre las hierbas, nos enfoca el rayo blanco de su tripita. La salamanquesa inofensiva, jadea, despatarrada en la pared, al acecho de una mosca, ignorante de las prevenciones ominosas que el vulgo le echa encima. Cánticos nupciales y destrucción. Un alcotán ha destrozado a la oca. Los mastines han descuartizado unas gallinas. (Cuando los sueltan, los mastines se van a Serra, como si buscaran refugio en una embajada). EI murciélago se atasca de mosquitos. Los mosquitos nos chupan la sangre. No nos matan porque no pueden. Y así todos.
Armonía
universal, basada en la destrucción.
Pero los bichos no lo saben. ¡Digo yo, que no lo sabrán! Les falta el discurso, y no pueden levantar construcciones morales sobre los hechos puros de su instinto.
Manuel Azaña, Cuaderno
de la Pobleta
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