
Antes de las Edades del Hombre de
este año, en Aguilar de Campoo, y antes de que se me vayan de la cabeza algunas
cuestiones sobre el
turismo de arte en general, incluyendo recuerdos muy
recientes de
turismo de jubilado en particular (pero "no decrépito", que escribía
el Profesor Gustavo Bueno), se me ocurren algunas reflexiones. Para prepararme
a lo que se presente ...

Me he cansado de recomendar una
obra excelente de André Scolbetzine (
L’art
féodal et son enjeu social, Gallimard NRF, 1973) que empezaba con un
piadoso y lapidario epígrafe: “El arte es una mano tendida al enemigo para
transformarlo”. He vuelto a él hace unos días para ponerme a tono y “encajar”
mejor en la cabeza los escenarios y
objecta
de esta exposición. Lo de la incansable “mano tendida” me parece, históricamente hablando, bastante
ineficaz. Desde 1789 al pillaje sistemático de Irak o Siria, ahora mismo,
pasando por la feroz iconoclastia de talibanes de todo pelaje, no
necesariamente de filiación islámica, el arte ha salido considerablemente
perjudicado por la doble presión del fanatismo religioso y la de las supuestas
fuerzas del progreso y la cultura en sus infinitas variantes.
Sin entrar en muchos detalles,
habría que empezar reconociendo que algún perfil importante de lo que conocemos
por “turismo de arte” se ajusta a parámetros moldeados por el sistema
educativo, los media y, muy especialmente, el consumo cultural. Sobre todo, en el perfil
narcisista. Más exagerado a medida que nos remontamos a la antigüedad. Cuanto
más antiguo, más descontextualizado y abierto a inclusión en exempla optimistas erosionados por
alegorías muy del gusto de todo tipo de guías. El monumento en cuestión se
proyecta en un espejo imaginario que acaba forzosamente reflejando el progreso, no
necesariamente el momento en el que el objeto en cuestión debería observarse.
Sin contar con la necesaria escenificación actual del mismo, que también tiene
su importancia, el turista ya lleva preparada la emoción visual de casa.
¿Sabe algo, este turista, de las instituciones y el funcionamiento de la
sociedad en las que se produjo el monumento que contempla?

En el caso de Grecia y Roma, el
optimismo manipulador nadando en la demagogia, llega a resultar estomagante
hasta en lo puramente nocional. En Atenas, desde el rumboso espectáculo luz y
sonido del histriónico Malraux en 1959 a las últimas visitas de Obama o del
Repelente-Niño-Vicente-Macron, se suceden los discursos sobre la
cuna de la democracia y las
raíces de Europa. El vocablo “democracia”
asociado a Pericles basta para conjurar la sombra de la brutal política del
imperio ateniense, parsimonioso con su estatus de ciudadanía, despectivo con el
bárbaro, brutal con el aliado, belicoso con el resto de las ciudades.

El
decorado actual, generado por un discurso nacionalista producto de ideologías
modernas, reconstruido/pensado por el Estado griego en 1840 para afirmar su
identidad y su soberanía, se interpreta de forma atemporal en función de la
fórmula simple y transparente
Acrópolis = Atenas = democracia = progreso en la
que Tucídides y la Acrópolis son expresiones de una lógica intemporal del arte
y la política. La guía griega hispanófona de hace unos meses no salía de un
pertinaz uso antihistórico de la “democracia griega” (sic). Una Grecia eterna
en cuya capital, por el genio de Pericles, sigue estando el espejo en el que se mira
Europa entera. Con catastróficas pinceladas de religión hasta Bizancio (la cláusula Filioque,
¡nada menos!, en dos minutos) que lo complican todo aún más con el binomio
tolerancia/intolerancia. Aparte de errores y
aproximaciones inevitables en horas y horas de perorata a un público
prácticamente al raso en esos temas, no existía capacidad alguna de delimitar
el uso de términos (“democracia”, “libertad”, “libertad de conciencia”) cuyo
sentido histórico ha ido evolucionando con profundas diferencias entre los
orígenes y las distintas fases sociales, muy alejadas entre sí, que han ido
atravesando. Que no expresan en absoluto una “lógica eterna” sino las ideas
propias de cada tiempo...

En Roma, ya se habían repetido a
placer los tópicos. El estar cerrada por obras la Cárcel Mamertina (por
definición, “infame”, como le hubiera gustado a Flaubert) nos ahorró mucho
discurso sobre la prisión de Pedro y Pablo... ¡y de Vercingétorix! Con el Foro,
tuvimos ya un aperitivo de lo que sería después lo de la Acrópolis. Mucho
material procedente de Tito Livio. Asombro por doquier al afirmar que el
panorama visual de ahora mismo, cuyos vestigios más importantes se remontan a
la época imperial, le debe casi todo al fascismo más que a proyectos utópicos
de tribunos de la plebe.
Pero no hay
manera de escapar del pegamento con el que se junta los tribunos de la plebe y
los supuestos radicales populistas de hoy mismo. Algún guía (dueño en exclusiva
de la palabra) familiarizado con Cicerón podría efectivamente apuntar el papel
fundamental de esos tribunos en la vida política y legislativa de la República.
Es más fácil leer, modernizándola, la fábula de Menenio Agripa (descargable en
PDF). Inútil apuntar, para nada, que el tribunado no era una función sino una magistratura (no del
pueblo, sino de
la plebe, que no es
el pueblo) sin capacidad de oponerse al senado y que ostentaban muchos miembros
de la potente nobleza (entre ellos, los famosos hermanos Gracos). Y nadie
escapa a Espartaco, más conocido por la película de Kubrick de hace casi
sesenta años que por algún tipo de sedimento histórico justificador de su
aparición: revueltas de esclavos en el espacio mediterráneo provocadas por el
apogeo de los “latifundia”, etc. Espartaco es uno de los líderes, por emplear
un lenguaje actual, rebeldes que buscan la libertad sin tener por horizonte la
supresión de la esclavitud, algo ideológicamente
moderno.

Pregunta del millón: ¿no han
visto ustedes La caída del Imperio romano?
Síííí... ¡La de Sofía Loren! Pues así fue... Y los tíos enseñan unos mapas de Wikipedia. ¡El imperio
romano! Más que un espacio físico pretendía abarcar una porción de la
tierra habitada (ekúmene/οἰκουμένη) identificada con el
área donde los hombres son capaces de administrarse libremente. Marco
sociopolítico especialmente duro con los pobres o con las mujeres y cuyas
élites no manifiestan sentimiento alguno de culpabilidad social. Siempre
abiertos a descubrir algo más allá de la movilidad de los limes y celosos de sus libertades cívicas e individuales,
humanistas y con vocación universal (hasta los godos llegan a convertirse en “fœderati”
en la antigua república) pero a través de complejos procesos históricos ajenos
a cualquier determinismo cronológico. Aquí están de más (¿dónde no?) los guiños
al estúpido oxímoron de la memoria histórica: por más que la perspectiva (histórica)
nos haga en algún modo herederos de determinados moldes de aquellas sociedades
antiguas, las actuales no dejan de ser radicalmente distintas. Y el cine, los
vestigios convertidos en decorado y los contenidos multimedia proporcionados
por las múltiples variantes de la moderna fast
teaching no pueden ir más allá del tópico o la pura falsificación
bienintencionada...

Iremos a Berlín antes de otoño. Me
recomienda Daniel, mi cuñado, que consiga una guía de Berlín Este (?) anterior
a la caída del Muro. Él pudo comparar visitando ambas partes hace una
eternidad. En realidad, las buenas
explicaciones se encuentran en el Baedeker
anterior a la guerra, antes de que los bombardeos aliados sobre Coblenza y
Leipzig pulverizaran la venerable institución editorial con todos sus fondos. Para
el "ambiente del este" sobran las películas actuales
(¡y no digamos clásicas desde el mismo año de la fosforización total del país, 1945!): La vida de
los otros, Good bye Lenin, El Topo, El Puente de los espías ... Soy consciente de que no podremos "ver"
el Berlín de Alfred Döblin o Elias Canetti ni ¡afortunadamente! la ciudad
devastada por los buenos en 1945,
pero siempre podremos hacernos acompañar por las magníficas imágenes del álbum
de Godehard Janzing y evocar algún guiño
hiperculto al recientemente fallecido Philip Kerr, también asiduo al Baedeker,
como J. Semprún, y padre del detective Bernie Gunther...
